miércoles, 6 de marzo de 2013

La torre de papel.


Una enorme torre de papel, eso es lo que había conseguido después de tres horas y media archivando las trescientas catorce declaraciones de los demandantes en el caso “Gasou”. la plantilla al completo había denunciado a la empresa en la que trabajaban, al declararse un incendio en su sede y comprobar atónitos como el edificio carecía de cualquier tipo de medida de seguridad. Llámese salida de emergencia, extintores, protocolo a seguir en caso de emergencia, mangueras o cualquier cosa parecida que les permitiera luchar contra el fuego. En aquel incidente murieron abrasados tres trabajadores y los supervivientes pensaron que denunciar a la empresa, sería una buena forma de honrar a sus compañeros. 

¿ Sería yo capaz de denunciar a mis jefes ? Veía un poco absurdo denunciar a un bufete de abogados, sobre todo si tenía en cuenta que entre ellos se encontraban los mejores abogados de la ciudad. Me veía a mi misma declarando ante el juez, con un traje de falda y chaqueta negro que había visto el día anterior en la boutique de la esquina, sólo necesitaba un pretexto para justificar los trescientos euros que costaba.

De repente se abrió la puerta del despacho, y entró Enrique, un recién licenciado que estaba realizando las prácticas en nuestro bufete. Llevaba sólo tres días allí y ya me había tirado los tejos en varias ocasiones. Yo me había escabullido con sutileza de cada proposición y aunque el chico no estaba nada mal, no deseaba tener una relación con un adolescente que todavía no sabía ni que quería hacer con su vida.

 Al entrar cerró la puerta de golpe tras de sí con el ímpetu de la juventud, y el aire que movió hizo revolotear por la habitación la primera de las declaraciones que tanto trabajo me había costado encontrar y ordenar por orden alfabético. Me apresuré a cazarla al vuelo, como si de un billete se tratase y la coloqué sobre la pila presionando con la mano para darle estabilidad. Él se apresuró en disculparse por su torpeza innata, y a continuación se acercó a mí. En ese momento me di cuenta que por las horas que eran debíamos de ser las únicas personas que estábamos en la oficina, por lo que presuponía otro intento por su parte de conquistarme. 

Me miró a los ojos fijamente sin mediar palabra, y sentí algo que nunca antes me había ocurrido. Con sus ojos de fondo todo empezó a temblar en mi cabeza, que demonios era aquella extraña sensación?. Pero cuando su mirada confiada se transformó  en una expresión de terror, me di cuenta que no era mi cabeza, sino el despacho el que se movía. La enorme pila de papeles que atestiguaban mi trabajo cayó violentamente al suelo creando una enorme alfombra de papel. Corrimos a situarnos debajo de la mesa más robusta que encontramos, viendo con impotencia como la naturaleza se encargaba de re decorar el bufete. El temblor duró cerca de veinte segundos, los veinte segundos más horribles de mi vida.

Una vez que la realidad dejó de moverse por si sola, me di cuenta que me encontraba abrazada a Enrique, la posición fetal en la que nos encontrábamos hacía que se vieran mis bragas, cosa de la que el chico de prácticas ya se había percatado. Con la respiración exaltada y la adrenalina apoderándose de mi cuerpo me sentí eufórica por seguir viva, y a continuación y sin saber como, empezamos a besarnos. Salimos de debajo de la mesa para tendernos sobre ella, la reluciente placa de identificación en la que figuraba el nombre de mi jefe, reflejaba nuestros cuerpos. Miré mi rostro en ella, y al ver mis treinta y seis años en aquel reflejo, volví a la realidad y paré. Enrique se mostraba confuso.

- ¿Que te pasa? – dijo mientras se incorporaba jadeando.

- No puedo seguir con esto – le decía mirando su cara de niño.

- ¿Por que? Creí que te estaba gustando tanto como a mi, o al menos eso me estaba pareciendo, ¿acaso he hecho algo mal? - 

Sus ojos de cordero me hicieron flaquear por un momento.

- No, no es por ti, es por mí, no tenía que haber dado pie a esto.

- Pero... no estamos haciendo nada malo... ninguno tenemos pareja. Tu a mi me gustas, y hace un momento creía que yo a ti también... es sólo sexo. -  dijo con cierto aire de madurez impropio de su edad.

Por un momento me imaginé como sería tener un amante de veinticuatro años, sería un secreto, nadie lo sabría, y yo volvería a sentir esa pasión que hace tanto tiempo que desapareció de mi vida. Sería la envidia de todas las amigas a las que decidiera contárselo, escapadas de fin de semana a la playa, comidas en el campo, y por supuesto... el sexo. Hacia años que mi vida sexual era muy triste.

Me quedé mirándolo en silencio sin saber muy bien como responderle, y antes de que pudiera decirle nada volvió ha hablar...

- Se que debe ser una decisión difícil para ti, pero... ¿y por que no?. Piensa en mi como un premio, no supondré ningún problema para ti, y cuando te canses, sólo tendrás que decírmelo y desapareceré de tu vida. Además... soy muy generoso en la cama.- Decía mientras me sonreía.

Cada vez estaba más decidida, es más, ya estaba decidida, sólo que todavía no sabía como decírselo. Ahora era yo la que parecía una cría, mi corazón latía fuertemente, me iba a lanzar...

- Piensa que hoy podríamos haber muerto los dos...- Sentenció.

Y en ese momento, cuando empecé a creer que por fin empezaba a sonreírme la vida, el crepitar del techo nos avisó con el tiempo suficiente, para ver como el mobiliario de la oficina del piso de arriba, atravesaba el techo para sepultarnos.